Introspecciones: La luna

Ese momento en el que estas aburrido o haciendo una tarea mecánica que no requiere mucha atención. Y tu mente se va… Comienzas a pensar en un plano metafísico. Poco a poco de una forma mas abstracta y menos verbalizable. Conceptos cada vez menos reales o humanos. El sentido de la vida. Su concepto. O la existencia material misma son temas recurrentes. De repente ya no eres tú y eres todo o nada a la vez. Despersonalización. Al rato vuelves en ti. Y tardas varios segundos en «entrar en tu cuerpo». Enfocas tu mirada. «Vale. Soy Aníbal, un ser humano, y ahora mismo estoy en el autobús camino del trabajo.» Y todo vuelve a la normalidad mientras por unos instantes más piensas aun en que sentido tiene todo esto pero ya desde tu cerebro de siempre. A los pocos segundos más prosigues con tu vida y rutina.

Esta vez la introspección ha sido mas intensa de lo habitual y me cuesta ubicarme de nuevo en mi yo. No me reconozco. Pero poco a poco voy siendo consciente… Y pensando lo poco que queda del niño que una vez fui. Que poco queda también del adolescente que fui. Incluso que poco de aquel joven de 30 años. Me siento extraño en mí aun… Como si estuviera viéndome en una película. También me parece un extraño la persona que está junto a mi mirando el cielo a través de esa ventana blanca en ese cuarto tan acogedor y en una noche de brillantes estrellas. Pero en milésimas de segundo vuelve a serme tremendamente familiar cuando me dice: «Papá, ¿la luna esta muy lejos? Me gustaria cogerla con las manos». En ese momento sonrío. Y le digo «Eso es imposible, hijo». Y le doy una breve lección de astronomía acorde a sus 5 años.

En lo que puede parecer una simple advertencia a un niño para mostrarle que en esta vida no se puede tener todo lo que se desea hay encerrado mucho más. Y lo noto cuando al pronunciar esas palabras siento un pequeño seísmo en una antigua falla de mi ventrículo izquierdo. Todos tenemos una luna en nuestra vida.

De repente entra su madre por la puerta. Sonriendo le revuelve su rubio pelo y me da un beso diciendo: «¿Qué haceis cariño? ¿Cenamos?». Le devuelvo el beso y asiento con la cabeza. Ellos se adelantan yendo al piso de abajo a poner la mesa. Yo voy tras ellos, pero antes de atravesar el marco de la puerta me giro a contemplar la hermosa luna una vez más. Notar el sabor salado de una lágrima que ha llegado al final de su recorrido ni siquiera me altera lo más mínimo ya. Yo nunca aprendí a renunciar a mi luna. Bajo la persiana. Me seco la cara. Respiro hondo. Y bajo a cenar.